Una de las creencias más comunes ligadas a las teorías conspirativas sobre el 11-S, si no la más, es que se emplearon explosivos para ayudar a que las Torres cayeran. Dejando aparte el edificio 7 del WTC, cuya caída merece un análisis separado, vamos a dar un pequeño repaso histórico a estas afirmaciones y a analizar su mérito.
El primero en explicar cómo se produjo el progreso del colapso una vez iniciado éste fue Zdeněk Pavel Bažant, profesor de ingeniería civil y ciencia de materiales. Hoy por hoy, su artículo, enviado para su publicación originalmente el 13 de septiembre de 2001, sigue siendo una demostración ingenieril de que el colapso era imparable una vez iniciado, por lo cual no hacía falta en absoluto emplear explosivos para «ayudar» a que la caída progresara, sino que las columnas en su estado original eran por sí solas lo bastante débiles como para ceder irremisiblemente ante un colapso gravitacional.
Tiempo después vino el informe de la FEMA. Esta organización proporcionó una primera explicación de los motivos de los colapsos, aunque sin entrar en detalles: únicamente mencionaron las posibles acciones del fuego, indicando que «la cadena específica de eventos que condujo al colapso probablemente nunca será identificada» (FEMA 403, sec. 2.2.1.4, p.2-24). Sin embargo, proporcionaron una descripción razonable del desarrollo del mismo.
Las primeras versiones que proponían una caída ayudada mediante explosivos se limitaban a señalar el parecido entre el derrumbe y una demolición controlada, utilizando vídeos. Esas comparaciones quedaron pronto desvirtuadas cuando se hizo notar que en las demoliciones controladas mediante explosivos, es la base lo que se destruye primero, empezando la caída desde abajo, mientras que en ambas Torres Gemelas es evidente que el colapso empieza por arriba.
Poco después comenzó el «mantra» de la caída libre: que el tiempo de caída de las Torres se corresponde con el tiempo de una caída libre (9,22 segundos), lo cual, decían, es imposible si no se deja a los soportes sin resistencia de ninguna clase, lo cual, continuaban sus proponentes, sólo puede realizarse mediante el corte de las columnas con explosivos.
Quienes han sostenido tal afirmación (que todavía colea hoy en día en algunos ámbitos), es evidente que nunca han usado un cronómetro para medir por sí mismos el tiempo de caída. En ningún vídeo que muestra los colapsos razonablemente completos, tardan menos de 12 segundos las torres en caer. Es difícil cuantificar el tiempo exacto debido a lo denso de la nube de escombros, que sobre todo oculta la parte final del colapso, pero algunas mediciones apuntan a unos 15 segundos como mínimo para el WTC 2 y unos 22 para el WTC 1.
Por añadidura, una caída con un tiempo inferior a 12 segundos es físicamente imposible, debido a una ley física conocida como conservación del momento cinético. El artículo Caída libre vs colapso desarrolla la explicación pertinente, incluyendo además este vídeo divulgativo: http://www.youtube.com/watch?v=-53fiaI8F2o.
Un argumento común cuando se hacen notar esos datos, aparte de la simple incredulidad (sin proponer ninguna medición alternativa), es que las columnas deberían haber opuesto más resistencia. Sin embargo, Bažant ya demostró que no es así: la energía cinética del bloque en caída superaba en tal cuantía la energía de rotura de las columnas, que éstas cedieron sin frenar sustancialmente la caída.
Otros utilizan los datos sismológicos para apoyar un tiempo de caída de alrededor de 10 segundos. Quienes así lo hacen ignoran que lo que muestran esos datos es el impacto de los escombros contra el suelo y la rotura de los pisos subterráneos, no el desarrollo del colapso. Los vídeos de los colapsos, además, son lo bastante contundentes como para poder descartar que ese tiempo se corresponda con el de la caída en sí.
Y precisamente, los datos sismológicos también permiten descartar el uso de explosivos, que de haberse usado, también habrían quedado registrados en las gráficas, lo cual no sucede.
El argumento de la caída libre se ha visto, paradójicamente, apoyado por el informe de la Comisión del 11-S, en el que se indica que la torre sur cayó en 10 segundos. Todas las evidencias disponibles contradicen esta afirmación, así que no deja de ser irónico, a la par que inconsistente, que se utilice el contenido de un informe que además ha sido denigrado como «mentiras oficiales», como apoyo a esa falsa concepción de la caída libre. Al leer esa parte del informe con más detalle, queda claro que esos diez segundos aluden a que lo súbito de la caída dejó sin tiempo de reacción a los equipos de emergencia que estaban ayudando a desalojar el edificio. No pretende ser una cifra exacta.
En 2005, el NIST publicó por fin su estudio sobre los eventos del 11-S en relación a las Torres Gemelas; un informe de 43 tomos. Afortunadamente, en un solo capítulo de un tomo se resumen los datos sobre los colapsos. Una de las claves, según ellos, fue que el arqueo de las vigas de celosía debido al calor provocó el pandeo de las columnas exteriores, haciendo que disminuyera la capacidad de las mismas y que el núcleo del edificio cargara con más peso, lo que unido al efecto del calentamiento del acero y a los daños estructurales, finalmente produjo el inicio del colapso. No intentaron explicar el colapso en sí mismo, algo que la FEMA ya había hecho.
Y del NIST saltamos a la «teoría mutante de la termita» de Steven E. Jones. Este físico, uno de los responsables del fiasco de la «fusión fría» y defensor de que Cristo visitó América, propuso el uso de una mezcla pirotécnica llamada termitaWP para debilitar las torres sin que se oyera ruido de explosivos.
Sin embargo, las trazas de tal termita nunca fueron halladas, y los experimentos encaminados a analizar el mérito de esta afirmación, como el de National Geographic, dieron resultados negativos. Jones intentó utilizar el análisis de unos restos de columna realizado por la FEMA, en los que se encontró corrosión del acero causada por azufre, como prueba de que el material empleado era termato, una variante de la termita que necesita menos temperatura para iniciar la combustión y que alcanza una temperatura mayor. En dicha variante se utiliza una pequeña cantidad de azufre (2%), de ahí que Jones lo relacionara.
El problema es que los restos analizados no exhibían metal fundido, sino corroído, y la presencia de azufre tenía una explicación mucho más mundana: lo había en abundancia en los muros de yeso (sulfato de calcio). Además, en ningún análisis se encontraron restos de los otros componentes de esta mezcla llamada termato.
Jones insistió con más variantes. Pese a no existir ningún indicio que confirmara su hipótesis de la termita, o termato, realizó, junto con otros, un análisis al polvo del WTC en el que se halló pintura que confundieron con «nanotermita», una variante de la termita realizada con partículas más finas, que arde más rápido que la termita pero que emite la misma cantidad total de energía. Paradójicamente, en el mismo estudio demostraron que la cantidad total de energía de la pintura que analizaron era superior a la de la termita (cosa bastante común, porque la cantidad total de energía de la termita es poca en comparación por ejemplo con hidrocarburos), lo cual probaba sin asomo de dudas que no era termita lo que analizaron. Pese a ello, alegaron que se trataba de «pintura termítica».
También se consideraban otras variantes en el estudio, como las supertermitas o las super-nanotermitas, que al parecer sí son explosivas. Misteriosamente, Jones y cía. no dijeron palabra respecto a la contradicción que supone alegar inicialmente que se usó termita y así explicar la falta de ruido de explosiones durante el colapso, para acabar diciendo finalmente que era una termita explosiva.
El colmo de la inconsistencia vino cuando el propio Jones, al indicarle inequívocamente que era imposible que una capa pintada sobre la superficie de las vigas elevara la temperatura de las mismas más de un par de grados, o que como explosivo no les haría nada debido al escaso grosor de la capa, cambió su teoría a que la «pintura de termita» habría sido empleada como detonador de explosivos convencionales, con lo que estaríamos de vuelta a la casilla uno: ¿dónde están los sonidos de explosiones que no se oyeron durante los derrumbes?
Falta por nombrar a los «Arquitectos e ingenieros por la verdad del 11-S», una asociación compuesta por ingenieros eléctricos, ingenieros geotécnicos, ingenieros aeroespaciales, ingenieros químicos, ingenieros mecánicos, ingenieros petrolíferos, ingenieros electrónicos, ingenieros ambientales, ingenieros biomédicos, ingenieros de agricultura, ingenieros navales, ingenieros informáticos, ingenieros agrimensores y arquitectos de edificios de hasta cinco plantas. Ah, sí, y unos pocos ingenieros civiles y arquitectos de edificios de más de cinco plantas, que son los únicos cuya cualificación les autoriza para dar una evaluación técnica de los motivos de los derrumbes. Lamentablemente, ninguno de ellos ha publicado ningún estudio técnico que acredite que la única causa posible del derrumbe era que hubiese sido provocado.
Sin embargo, su líder, Richard Gage, un arquitecto de edificios de hasta cinco plantas, ha realizado multitud de giras para mostrar al mundo (pero no al mundo de la ingeniería civil a través de alguna revista especializada) una presentación en la que afirma, usando argumentos que resultan pueriles desde el punto de vista técnico, que los edificios fueron demolidos utilizando explosivos piso a piso. Como era de esperar, tampoco explica por qué no se oyeron tales explosivos.
En medio de todo este sinsentido de explosivos insonoros, hay una nueva corriente de «truthers» que defienden que el desarrollo de los colapsos de las Torres fue puramente gravitacional, sin la ayuda de explosivos, basándose en el análisis detallado de los numerosos vídeos disponibles de los mismos. Su descripción coincide en buena medida con la de la FEMA. Como es inevitable, dejan la puerta abierta a que un algo ocurriera entre el incendio y el colapso, apresurándose en indicar que aunque éste último fuera consecuencia de la gravedad, eso no descarta la posibilidad de que se usaran explosivos para inducirlo. Sin embargo, hemos de felicitarles por su dedicación en demostrar esa parte de la verdad que ya nos era conocida a través de los estudios de Bažant.
Es un avance. Tal vez sea el comienzo de una nueva era en la que los «truthers» buscan realmente la verdad en lugar de su verdad. Pero mejor no contener la respiración en espera de que eso suceda, porque el riesgo de asfixia es patente.